Budia, mantiene en su iglesia con muchísimo fervor a dos obras del arte imaginero que son verdaderamente impresionantes. Acercaros (estamos sólo a 100 kilómetros de Madrid) y disfrutar despacio de estas imágenes de Pedro de Mena y Medrano, respirando y sintiendo la energía que plasmó en ellas su creador.
Seguro que vuestro recuerdo, vuestra calma y vuestro corazón se enriquecerá a tope, ...y además volverá como un imán, de nuevo, a visitar estas tierras de la alcarria, acariciando con esta visita, el alma del viajero.
Antonio Plazuelo, paisano de Budia, en su página web sobre nuestro pueblo, reseña lo siguiente sobre estas maravillas:
Antonio Plazuelo, paisano de Budia, en su página web sobre nuestro pueblo, reseña lo siguiente sobre estas maravillas:
"...Pero lo que quizás le confiere un valor mayor es la pareja de esculturas originales del artista malagueño Pedro de Mena, que representan a Cristo doliente en la iconografía clásica del "Ecce-Homo", y a su madre la Virgen María como "Dolorosa" transida en lágrimas.
El Ecce-Homo, está desnudo, salvo un sudario que le queda a la altura de las caderas, con sus brazos sobrepuestos, y la cabeza erguida y ligeramente ladeada. Tiene el cuerpo de Cristo un realismo absoluto, parece vivo, y en definitiva alcanza un grado de perfección técnica en su modelado detallista y en su policromado que admiran.
La Dolorosa ofrece una actitud de amargura y desconsuelo impresionantes. Toda la angustia de una madre que ve morir a su hijo se transmutan en esta madera tallada, y en esos ojos de cristal que parecen tener vida.
Un manto de gran ampulosidad y forzadas volutas, pintado en azul y rojo, los colores de la liturgia inmaculista, le confieren una grandeza sin desajustes, y una belleza en cualquiera de los infinitos ángulos en que cabe verla, que la hace inolvidable".
Pedro de Mena nace en Granada el año 1628 y desde niño se familiarizó con el oficio de escultor en el taller de su padre Alonso de Mena. Al quedar huérfano a los 18 años continuó trabajando con Bernardo de Mora. Con todo, el impulso definitivo a su formación se produjo al entrar en contacto con Alonso Cano, instalado de nuevo en la ciudad en 1652.
Gracias a esta colaboración, Mena pudo asimilar unos procedimientos de trabajo más elaborados y un nuevo concepto estético que desarrolló por la vía de la perfección técnica y el realismo. El gran prestigio alcanzado en Granada y la recomendación de Cano, fueron decisivos para recibir, en 1658, el encargo de la sillería de coro de la catedral de Málaga, en la que desarrolló una iconografía de gran variedad en figuras casi exentas.
Un viaje a la corte hacia 1662 tuvo como resultado dos de sus obras más famosas: el San Francisco de la catedral de Toledo y la Magdalena de la Casa Profesa de los jesuitas en Madrid.
En ellas se suma al virtuosismo anterior un concepto de hondura espiritual que las hace imprescindibles en el repertorio de las más importantes esculturas del siglo XVII español. El conocimiento de las obras y artistas castellanos le llevará a simplificar a partir de ahora las formas y volúmenes de sus figuras, sobrecargando en cambio su contenido espiritual.
Algunas de sus creaciones de este momento (San Pedro de Alcántara, San Francisco, Magdalena Penitente, etc.) parecen la definición de estados del alma sólo envueltos por la materialidad indispensable para ser captados.
De vuelta a Málaga, donde fallecería en 1688, la abundancia de encargos le obliga a utilizar cada vez con más frecuencia el trabajo de taller, tendiendo a fórmulas seriadas en las que, sin embargo, nunca faltó calidad e incluso siguieron apareciendo obras maestras.
La escultura de San Pedro de Alcántara está fechada en torno a 1663, y representa al santo carmelita en el momento de recibir la inspiración divina, con los brazos levantados en actitud de sostener la pluma y el libro, hoy desaparecidos.
La vida del personaje, austera y penitente, queda reflejada en su extrema delgadez, patente en cuello, cabeza y manos ("como hecho de raíces" según su coetánea Santa Teresa), en sus pies desnudos y en los remiendos del hábito.
El busto de Ecce Homo impresiona por su inmóvil patetismo; obra concebida para su contemplación cercana, presenta los rasgos propios de una obra de madurez del artista, en la que la finura de su talla, la policromía de telas y carnaciones y el añadido de diversos postizos (corona, soga), nos sitúan ante la imagen del hombre escarnecido y humillado, tema que Mena abordará en bastantes ocasiones. Una de ellas es la que tenemos en nuestra alcarria. En la iglesia de Budia.
Otra de las creaciones originales de Mena más repetidas y divulgadas es el busto de Dolorosa, caracterizada por un rostro delicado de expresión afligida enmarcado por manto y velo de bordes finísimos, ojos de cristal algo elevados, párpados enrojecidos, lágrimas resbalando por las mejillas y boca pequeña y entreabierta, todos ellos recursos plásticos que realzan el valor dramático de la obra.
El Museo posee una Dolorosa, obra de su taller fechada hacia 1680, que sigue fielmente este tipo iconográfico tan usual en el maestro.
Bien, espero que hayais podido comprobar que Pedro de Mena fué un imaginero excepcional, con unas manos que dejaban el alma escaparse de sus rostros de madera y dejaba un halo de religiosidad y secretos que perfuman permanentemente el aire entrando sin que puedas evitarlo hasta las entrañas de quien las admira. Es una delicia contemplar sus obras con calma y máximo respeto.
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