Relato de una excursión al castillo publicada en Internet:
Aparcamos el coche en el poblado y preguntamos al empleado de la finca, un hombre afable que nos dice que si queremos, podemos ir en él hasta el mismo Castillo, pero declinamos su invitación, ya que el camino, según podemos apreciar desde allí, ha sido muy transitado por tractores y tiene unas roderas bastante profundas.
Inmediatamente se nos acercan dos perros de la finca, que hacen muy buenas migas con mi hija, y a los que bautizamos con los nombres de Rogelio y Casimiro, sin querer con esto ofender a nadie.
Rogelio, un perro grande, pastor alemán, muy simpático, luce en su lomo una enorme cicatriz, recuerdo de un desagradable encuentro con un Jabalí, de los que por aquí abundan, y de una cura y cosido bastante artesanal.
Y Casimiro, un perro más pequeño y juguetón con muchas lanas que le tapan los ojos, de aquí su nombre.
Ambos se apuntan con nosotros a la excursión al Castillo, y empiezan a andar delante, indicándonos el camino, incluso nos esperan en las encrucijadas.
El paseo es de lo más agradable, serpenteando entre campos cultivados, olivos centenarios, enormes encinas, almendros y al fondo en lo alto de una impresionante loma, el imponente Castillo.
El recorrido desde el poblado puede ser de aproximadamente dos kilómetros, por el camino, pero decidimos salirnos de él, y seguir campo a través, subiendo por una ladera con una gran pendiente, fabulando que somos las tropas cristianas que asedian la fortaleza árabe, y dándonos cuenta de las tremendas penalidades que debieron pasar estas, en un hipotético ataque.
Después de una fatigosa marcha, conseguimos llegar hasta el pié de la Fortaleza, empapados en sudor, pero por supuesto que merece la pena
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Las vistas son maravillosas, desde lo alto se divisan los meandros que va dibujando el río Tajo, deslizándose sinuoso por un estrecho cañón, con sus aguas color verde esmeralda, y tranquilas, ya que poco más abajo las sujeta la presa de Bolarque.
El Castillo se encuentra prácticamente en ruinas, aunque todavía luce unas fuertes y altas murallas así como la espléndida torre del homenaje, donde aún quedan algunos ventanales, por los que asomarse a un paisaje francamente extraordinario.
El recorrido hay que realizarlo con sumo cuidado, ya que parte de sus murallas están derruidas, y por su cara este, el precipicio hasta el río es prácticamente vertical.
También existen diversos agujeros, sobre todo uno, que según mi hija, debió ser la mazmorra fría donde se encerraba a los cautivos, producto de las constantes razzias que se realizaban en territorio enemigo, para después ser canjeados por enormes tesoros.
A la vuelta hasta el coche, nos desviamos del camino a la izquierda, siguiendo a nuestros amigos los perros, por un sendero que nos llevo hasta una pequeña calita que hacía el río. Un lugar con un aire bucólico y evocador, donde Rogelio se dio un ruidoso baño, para disgusto de un pescador que allí se encontraba y con quien estuvimos charlando un rato, disfrutando de la sensación de paz y tranquilidad que emanaba del ambiente.El castillo de Anguix se encuentra situado en un paraje de extraordinaria belleza, en la orilla rocosa del río Tajo, custodiando desde su atalayada altura los caminos de la comarca que se extiende a poniente de las Entrepeñas, en plena Alcarria.
La historia de esta fortaleza es la de su territorio en torno, que fue siempre disputado entre diversos señores feudales y familias influyentes de la comarca alcarreña. El término o heredad de Anguix pasó durante la Edad Media, por donación del Rey Alfonso VII, al caballero toledano Martín Ordóñez, quien llegó a poseer amplias propiedades en la parte baja de la Alcarria. Se adueñó de este terreno en 1136, y por entonces se levantó el primitivo castillo.
La viuda de este Martín Ordóñez entregó la fortaleza, en 1174, a la Orden Militar de Calatrava, que a la sazón ya comenzaba su asentamiento también en estas norteñas tierras, y cuya encomienda de Zorita extendía por el Tajo y sus afluentes una notable influencia.
En el siglo XIV, encontramos otra vez a Anguix en la propiedad del rey castellano, incluído jurisdiccionalmente en el Concejo de Huete. Alfonso XI se lo regaló a su montero Alfón Martínez, y su hijo Lope López, al casar con una Carrillo, lo transmitió a esta familia de poderosos y revoltosos nobles, vecinos de Huete. Así, a lo largo del siglo XV, lo veremos en la posesión de Juan Carrillo y de su hermano Luis. En 1464 toma esta fortaleza para sí el rey Enrique IV, posiblemente por compra. Pero en 1474 se lo entrega a su camarero mayor, Lope Vazquez de Acuña, también de la familia de los Carrillo, y muy heredado por las riberas del Tajo.
Finalmente, este noble se lo vendió, en 1484, al primer conde de Tendilla, don Iñigo Lopez de Mendoza. En la casa de estos magnates continuó ya en pacífica posesión durante muchas generaciones y largos siglos. Fue en 1847 que adquirió por compra el territorio entero, y la fortaleza incluida, don Justo Hernández, vecino de Brihuega. Recientemente ha sido adquirido por un particular francés.
El castillo tiene un recinto exterior con barbacana más baja que le circundaba por los costados de poniente y mediodía, los más facilmente accesibles a la hora de un ataque, mientras que por sus lados de levante y septentrión, lo abrupto y pendiente del apoyo impedía cualquier ofensiva a ese nivel.
Anguix es un torrejón, en el sentido de fundamentar su estructura en torno a la torre del homenaje o primitiva fortaleza. La planta actual es de tipo pentagonal, y ofrece murallas muy elevadas, de unos seis metros de altura, con restos de torreones cilíndricos en las esquinas, y otro al comedio de la cortina de poniente, que abomba y amplía con su desarrollo lo que fue primitivamente una estructura paralepípeda.
Tenía un recinto exterior con barbacana más baja que le circundaba por los costados de poniente y mediodía, los más facilmente accesibles a la hora de un ataque, mientras que por sus lados de levante y septentrión, lo abrupto y pendiente del apoyo impedía cualquier ofensiva a ese nivel.
En el interior, muy irregular hoy por los derrumbes sucesivos y la acción del tiempo, se encuentra aún la entrada a un aljibe que ocuparía el patio central. Este patio era muy pequeño, pues la fortaleza no llegaba a alcanzar los 25 metros de longitud en su dimensión más alargada.
Sobre la esquina suroeste de la fortaleza, se alza la fuerte torre del homenaje, que se conserva hoy en bastante aceptable situación, y le confiere al edificio su prestancia antañona y fuertemente evocadora. Esta torre, de doble elevación que el resto de los muros del castillo, es cuadrada y se escolta en sus cuatro esquinas de otros tantos cubos circulares. En su centro, todavía hoy se ve un orificio redondo por el que se podía establecer comunicación con el recinto inferior, totalmente cerrado en su origen, y hoy accesible gracias a un boquete abierto en la parte baja de la torre. Se trataba de un aljibe, aunque también pudiera ser un calabozo.
En la torre aún quedan algunos ventanales amplios, con asientos de piedra adosados al muro, desde los que puede gozarse de una vista panorámica excepcional sobre el curso del río Tajo.
En cualquier manera, y a pesar de no tener una excepcional importancia en el aspecto arquitectónico, este castillo de Anguix es una de las piezas más bellas de este plantel nutrido de los castillos de Guadalajara.
Nota escrita en mayo 2004: Los propietarios actuales del castillo de Anguix nos advierten amablemente del mal estado de las ruinas del castillo de Anguix, pudiendo resultar peligrosa su visita, y de que tanto sus ruinas como el caserío de Anguix son propiedad privada y no es posible visitarlos sin el permiso de sus dueños, lógicamente.
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